Una vida más tarde llegó tal como se había ido, con la humildad y la sencillez de un grande. La de un gigante amable, pero endemoniado, letal e incontrolable dentro de la cancha.
Así llegó Jair Ventura Filho, el legendario Jairzinho conocido también como el Huracán, a Cochabamba después de 34 años. Y sí, sacó lágrimas en un estadio Félix Capriles que le vio campeón y que se rindió a sus pies una vez más: las suyas.
En cuanto pisó el césped del estadio de Cala Cala, el gigante se debordó, dejó toda su historia en el camarín y devolvió el cariño de la gente. “Este hombre ama Cochabamba y ama a Wilstermann”, dijo con la voz entrecortada y con la insistente voluntad de saludar a cada una de las cuatro tribunas que le deben las mayores gestas ligueras y coperas aviadoras de todos los tiempos.
Qué muestra más de sencillez puede dar un exfutbolista que la del regreso con tanto entusiasmo a un lugar en el que vivió apenas algo más de un año. Más aún cuando fue tan importante en aquel mítico Brasil de 1970, selección considerada como la mejor de todos los tiempos por los expertos, que se ganó un lugar de privilegio en medio de figuras estelares como Gerson, Carlos Alberto, Tostao, Rivelino y el mismo Pelé en su mejor versión por su gran fútbol. Pero también gracias a la proeza de haber anotado en todos los partidos que disputó con Brasil en 1970.
Los 7 goles que convirtió Jair para esa constelación y que le regaló un tanto y una asistencia más en plena final, aquella que la Canarinha le ganó a Italia por 4-1 en el estadio Azteca de México, entre lo que destaca aquel gol de O Rei, calificado como el mejor de la historia de los mundiales y únicamente superado, para muchos, por aquel que le rompió la garganta al Gordo Muñoz cuando alzó a los cuatro vientos a Maradona convertido en un barrilete cósmico.
Jairzinho ya era legendario una década antes de llegar a Bolivia y a Wilstermann y en ese lapso fue el máximo referente de la selección brasileña, convirtiéndose en su pilar fundamental en los mundiales Inglaterra 1966 y Alemania 1974, marcando antecedentes envidiables con esa selección y números que aún hoy son destacables cuando se habla de estadísticas en clubes.
Fue futbolista profesional entre 1962 y 1982, en ese lapso jugó en 8 clubes de 4 países y alcanzó los 286 goles en 482 partidos. Botafogo, Cruzeiro, Portuguesa, Noroeste y Nacional (Brasil); Olympique de Marsella (Francia); Wilstermann (Bolivia) y Nueve de Octubre (Ecuador) fueron sus clubes.
En el Brasil consiguió 6 títulos regionales y 2 nacionales, además de las ligas de Ecuador y Bolivia. Por si fuese poco, conquistó la Copa Libertadores de 1976.
Sin embargo, ese gigante dijo que no esperaba una recepción de la gente como la que tuvo el pasado miércoles en el Capriles. “Pensé que la gente me había olvidado”, dijo, a tiempo de recordar a los viejos amigos, periodistas, lugares de comida y la ciudad, tal y como lucía hace 34 años. “Hay todo un país en esta ciudad. Tenía 200 mil habitantes y ahora más de 1.2 millones”, precisó. Por cuatro días, el idilio Jair-Cochabamba reverdeció y se cerró un ciclo.
“Esta puede ser la última vez”
“Esta puede ser la última vez que los vea”, dijo Jairzinho durante un encuentro con viejos conocidos del fútbol en Cochabamba, ciudad a la que volvió después de 34 años y tras haber dejado una profunda huella como pilar fundamental de la denominada tercera época dorada del club en el inicio de la década de los 80.
Ninguno de los presentes abundó en el comentario, pero luego el recordado brasileño precisó que en realidad podría ser la última vez que esté en Cochabamba, si se toma en cuenta el tiempo que transcurrió desde su anterior visita y su edad cronológica. Y es que a sus 71 años y luego de haberse sometido a unos estrictos y minuciosos estudios cardíacos, Jair sabe que no será posible volver a esperar otros 34 años.
“Si no me hubiese hecho los exámenes de corazón que me acabo de hacer, que gracias a Dios dijeron que ese órgano todavía está fuerte, creo que no hubiese aguantado todas las emociones que estoy viviendo ahora en Cochabamba” confesó visiblemente emocionado, Jairzinho durante esa charla informal y repitió en varios contactos con medios de comunicación locales.
“Por eso me emociona mucho ver a tantas personas que fueron la familia que yo construí en esta ciudad”, apuntó el brasileño.
Antes de su retorno a su natal Río de Janerio, este ícono del filosófico Botafogo, cuya estatua de cuerpo entero, de 2.5 metros y con un balón entre las piernas flanquea la entrada del estadio junto a la figura de bronce de Mané Garrincha a quien sustituyó en genio y figura tanto en ese club como en la selección de Brasil, reconoció que está en la etapa final de su vida y que quizás ni las ganas, ni el entusiasmo y ni siquiera el dinero serán suficientes para que se produzca una nueva visita a esta ciudad.
Sin embargo, recomendó a quienes hacen el fútbol local, que centren sus esfuerzos en fomentar que los ídolos de antaño se encarguen de motivar la formación de los niños y jóvenes. “Hay cinco veces más gente que hace 30 años y hay menos futbolistas con ese talento de antes. Esto no es posible, hay que motivarlos”, dijo.
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