A la vista de su fútbol, se diría que Wilstermann ha desatado una revolución y ha interrumpido (como brevemente lo hicieron Universitario y Sport Boys) el reinado bicéfalo Bolívar –The Strongest, monarcas absolutos de los últimos diez campeonatos.
La campaña de Wilstermann ha sido forjada en una larga escapada, o si se quiere en una marcha triunfal. Porque ése ha sido el cuadro de Zamora: un equipo de combate, marcial en su juego, un modelo frontal que se ha revelado extraordinariamente eficaz en una temporada de intenso calendario, frente a adversarios indecisos o que han sido víctimas de una languidez depresiva o que se han desangrado entre ellos, en peleas intestinas. Wilstermann, no. Ha sido el triunfo de un equipo muy regular.
Todo comenzó con Zamora, buen gestor de crisis. Tuvo el mérito de rebelarse contra la reciente historia de Wilstermann, escenario de incontables desatinos, de imprudencias técnicas memorables y desgarros directivos extraordinarios, de la falta de sensatez y perspectiva que caracterizó a las conducciones técnicas precedentes. Luchar contra esa dinámica parecía una empresa ciclópea, pero llegó Zamora y, con aciertos y errores, cambió.
Wilster comenzó a ganar el título cuando empezó a obtener crédito. Es decir, cuando plantel y afición comprendieron que los títulos comienzan a ganarse desde la primera jornada. En el Víctor Agustín Ugarte, frente a Nacional Potosí. Ganó confianza, prestigio, unió filas y se puso en marcha. La convicción de su propuesta fuera de casa cimentó la cosecha.
Desde que retomó la punta al vencer a San José en Oruro, el andar de Wilstermann se basó en la administración de su ventaja y alrededor de algunos factores futbolísticos.
En primer lugar, ha funcionado sobre mecanismos muy evidentes: 4-4-2 (que transmutaba en un desbalanceado 4-1-1-4, madre de sus padecimientos), escasa presión y marca en el centro, mínima elaboración, solvencia defensiva (Zenteno y D. Díaz) y la acertada decisión de poner a Olivares en el arco.
Todo eso significaba jugar lejos de la portería propia y cerca de la contraria. Por lo tanto, los recorridos eran largos e intensa la actividad de los centrocampistas, que debían doblar esfuerzos para equilibrar el juego. Hubo otra cosa muy del gusto de Zamora, los tiros libres y los saques de esquina, una parafernalia que finalmente ha dependido de la habilidad de Bergese.
En cuanto al juego, ha sido más directo que delicado, aunque ha habido tiempo para las apariciones de Morales, Thómaz, Edivaldo y Saucedo. Ellos levantaron la bandera en los tiempos difíciles, cuando la llama del fútbol se apagaba y el equipo padecía en el Capriles.
Porque ésa es otra: Wilstermann ha roto el viejo axioma que dice que el título se gana en casa y se administra afuera. Al revés: Wilstermann ha enganchado fuera los pocos trenes que se le han escapado en el Capriles.
ANÁLISIS
UN DÍA Y UN GRUPO QUE YA SON HISTORIA
ÓSCAR GALDO ARÉVALO
Periodista Deportivo
El alarido se multiplicó por miles. El canto de somos campeones invadió el estadio Capriles, sus inmediaciones. Cualquier esquina, hogar, barrio, café y restaurante. Cuando la tarde caía: el grito de campeón retumbó en la ciudad. Campeón Wilstermann, después de seis años.
Décima segunda estrella de ensueños una plena realidad. En el desafío, en casa y con los feligreses enloquecidos de felicidad, festejando, cantando, derramando una, dos lágrimas. Señores, jóvenes, niños sin edad. Gritando al unísono: Somos campeones una vez más y en nuestra casa.
El rojo buscó con fe el camino hacia el título, con argumentos sólidos para luchar por un final feliz. Concretado ayer, domingo 22 de mayo de 2016.
Fecha imborrable, ya de un recuerdo cercano. Por ese arribar exitosamente en medio de un ensordecedor griterío de los miles y miles de feligreses, a la estación llamada campeonato, vuelta y copa.
El rojo concretó el fuego de las ilusiones en corona. Con ese vibrar por el gol, con ese sentimiento expuesto en las tribunas y esa convicción firme en el campo de juego por los ahora flamantes campeones del torneo Clausura. Elaborando la estrella número doce. De aquella, la primera de 1958; a ésta, la décima segunda en 2016.
Cuán vitales resultaron los triunfos en feudo ajeno, esos que labraron ante rivales conocidos y respetados como San José, Blooming, Bolívar, Nacional Potosí, Real Potosí y Ciclón. Valorados 18 puntos que marcaron una brecha apreciada, la que permitió anticipar el festejo y el final de la película. Cuando hay una fecha que espera. En la que el campeón estrenará la corona, la numero doce.
La feligresía ayer y hoy, coreando los nombres de los que conformaron el escuadrón del comandante Julio Alberto. De los que ya ingresaron en la galería de los campeones de Wilstermann: Raúl Olivares, Omar Morales, Edward Zenteno, Marcelo Bergese, Cristian Machado, Edivaldo, Fernando Saucedo, Thomaz, Óscar Díaz. También: Enrique Díaz, Miguel Suárez, Marcos Pirchio, Juan Pablo Aponte, Gustavo Salvatierra, Gustavo Rodas, Jorge Cuéllar, Cristian Vargas, Iván Huayhuata.
Son la geografía del campeón, su pasado, su historia, su tesoro. Por el nuevo título. Por el domingo 22 de fiesta. Por el proceso culminado exitosamente.
La camiseta rojo sangre como un símbolo inmaculado está de nuevo en el podio de los triunfadores. Con la sonrisa amplia y ancha de sus feligreses celebrando el logro.
Por la solidaridad de un equipo como prédica y los goles sembrados que enhebraron otra corona. Salud rojos campeones, por la décima segunda estrella hecha realidad.
ANÁLISIS
UN TÍTULO PARA CONSTRUIR FUTURO
MARCELO CARBALLO CADIMA
Técnico de fútbol
Han pasado seis largos años desde la última vez que Wilstermann dio una vuelta olímpica en la Liga Profesional del Fútbol Boliviano, un largo trecho lleno de altibajos y sin sabores. El título conseguido en el primer semestre de 2010 fue también el preámbulo de la etapa más triste de esta gran Institución, el descenso de categoría.
Ya no hace falta comentar lo tortuoso que ha sido el paso por la segunda división del fútbol boliviano, sufrimiento extendido hasta el límite, pero con el objetivo cumplido al final de regresar a primera.
El campeonato logrado el día de ayer es el bálsamo que todos los wilstermanistas estábamos necesitando, ese trago de miel que por fin nos ayude a eliminar ese sabor agrio que han dejado tantos años de frustraciones. ¡Qué hermoso es tocar el cielo con las manos!
Hay que festejar y vivir este momento a pleno, por supuesto que sí, al final de cuentas estos son momentos efímeros y se los debe de disfrutar a pleno.
También entiendo que mañana ya hay que mirar hacia adelante, hacia el horizonte y tal vez más allá. Este título tiene que servir para por fin empezar a darle el peso institucional que este gran club merece. Es el tiempo de iniciar a construir unas bases muy consistentes para poner a Wilstermann como el más grande de Bolivia.
Quiero lanzar una pregunta muy simple a todos los wilstermanistas: ¿Qué imagen tienes de tu equipo de aquí a diez años? Con certeza habrán respuestas algo diversas, pero todas apuntarán a una institución fuerte, en lo deportivo siempre peleando arriba, sólida en lo financiero y que en lo social despierte el orgullo de sus seguidores. Pues es tiempo de empezar a hacer realidad esa visión.
Es cierto que gran parte de esto dependerá de los directivos, ellos son los responsables de delinear el camino a seguir, pero también de todos los cochabambinos wilstermanistas: del hincha, la empresa privada, de todos. El apoyo incondicional, sin exitismos tiene que ser la regla, dejemos de ser tan críticos. El Capriles se debe convertir en una olla de presión para los rivales y no para nuestros jugadores. Hay mucho por hacer y lo primero es cambiar nuestra forma de pensar.
El de ayer, es un título para construir futuro. Nuestro reconocimiento a Grover Vargas y sus directivos, pero sobre todo a Zamora y sus muchachos por esta gran alegría. Hoy tenemos una excusa para ser felices.
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