Las 21.26 del 5 de julio de 2017 marcó el giro de la historia. Un muchacho cruceño llamado Gilbert Álvarez (de perfil sumamente bajo y con rastros de un pasado cuestionado por su hinchada) tomó la forma de un “dibujo animado” e hizo creer que todos los sueños son alcanzables.
Tal vez sin buscarlo, quizás sin haberlo vivido en el mejor de sus deja vu (aquella sensación que hace creer que uno ya pasó por una situación determinada y la repite), Gilbert extrajo de la ficción e hizo suyo el mítico gol de chilena que lograba Oliver Atom en la serie animé de los Super Campeones, aquel dibujo japonés que fue furor en los 90.
Y el delantero de Wilstermann ha sido eso. Un verdadero futbolista casi salido de la fantasía, capaz de darle vida a un tanto que incluso los más incrédulos aplaudieron de pie porque no fue cualquier anotación. Se trató del gol que borró de un plumazo la derrota de 1998 en casa, cuando el club perdió por 0-1 ante el Atlético Mineiro y se produjo, al mismo tiempo, el nacimiento del deseo de venganza del Rojo, que finalmente fue saciado anoche, también en el Félix Capriles.
Si cabían dudas en torno a su desempeño, el jugador se encargó de disiparlas y transformarlas en fe. Sí, fe en que se puede, en que el Rojo no es menos que otro y que tiene agallas para “plantarse” de igual a igual frente a un equipo como el Mineiro, que aterrizó en Cochabamba con la intención de generar miedo a través de la presencia de los mundialistas Fred y Robinho, dos brasileños que pasaron a ser totalmente neutralizados por once aviadores que ponen su sello en la Libertadores.
Y si este capítulo de Wilster en su historia dentro del torneo continental es tan necesario, también resulta serlo el de la señora Justina Espinoza, una gurka de 68 años (posiblemente la mayor de la barra) que se hizo fanática del club a los 8, cuando, de forma prematura, dijo: “Este va a ser mi equipo”.
Durante los 94 minutos oficiales (no cuentan el momento de calentamiento ni el entretiempo) en los que Wilstermann estuvo en la cancha, Justina sostuvo su pequeña bandera azul y roja con ambas manos. No intentó el menor ademán por querer reservarlas en sus bolsillos. Al contrario. Las sacó (valiente ella) y desafió al frío en un incansable movimiento de aliento que únicamente fue interrumpido unas cuatro veces: para aplaudir al arquero chileno Raúl el Araña Olivares, darle un sorbo a su botella de gaseosa, celebrar una jugada de Alex da Silva y, lógicamente, festejar el gol de Gilbert.
Con su banderín al frente, parecía aquellas personas que en los aeropuertos cargan carteles con nombres determinados y tienen la misión de buscar a los recién llegados y llevarlos a su destino.
Mujer de genuina fe en su equipo, si las hay. Justina, viuda de Juvenal Rocha, se quedó con las ganas de mimetizarse en la curva sur junto a los Gurkas, pues se considera una más.
Debió conformarse en la nada despreciable zona de preferencia, donde confesó, en el entretiempo, que viajó por todo el país con la barra brava.
“Siempre voy a la zona de los Gurkas. Con ellos he viajado a todos lados. Cuando se ha ido (el club) al descenso, estuve ahí. A todos los departamentos fui con la hinchada”.
“Hermosísimo”. La palabra que eligió para describir el momento en que Gilbert marcó el tanto, fue exactamente esa. Muy distinto fue el término, con certeza, con respecto al “¡mañudo!” que lanzó luego, cuando quiso referirse a uno de los futbolistas brasileños que cometió una infracción desde atrás a otro de los suyos.
Así, desde el ángulo de Justina Espinoza, la victoria de Wilster ante el Atlético fue abrazada con el alma. También sucedió lo mismo con los más de 23 mil espectadores que vibraron en el Capriles. Derribar a un Mineiro cargado de estrellas resultó una tarea posible.
2
grandes como Fred y Robinho fueron totalmente opacados. Poco se notó que ambos eran mundialistas de Brasil. El plantel local perdió el miedo.
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