Peñarol llegó, vio y venció. Fue así de fácil para ese gigante sudamericano que despertó después de un letargo de casi un lustro y dejó un verdadera lección de fútbol en el estadio Félix Capriles de Cochabamba, que fue escenario de épicas batallas aviadoras, en las que el juego o el orgullo evitaron siempre la humillación internacional sin importar el calibre del rival de turno. Hasta ayer.
Y es que Wilstermann escribió la noche de este jueves, en el partido de vuelta de la primera ronda de la Copa Sudamericana, uno de los capítulo más oscuros de su historia en participaciones internacionales jugando como local.
No únicamente por el contundente, inobjetable y humillante 0-4 con el que los carboneros sellaron casi sin esfuerzo la serie ante Wilster, sino por el mundo, el gran abismo que existe entre ambos equipos (y en cada puesto), que hubiese quedado de manifiesto incluso con otro resultado.
Peñarol se armó para ganar la Copa Sudamericana y lo dejó claro ayer. Si lo consigue o no, es otra historia.
Los aviadores configuraron su nueva estructura para pelear los primeros lugares del fútbol boliviano y actuaron en consecuencia. La diferencia entre el fútbol uruguayo y el boliviano tuvo ayer el tamaño de todo un universo, de una cultura.
La entrega, el sacrificio y el orden achicaron las diferencias por unos minutos. Pero los errores de ejecución y la elección de un concepto equivocado, le entregaron la serie a un Peñarol que derrochó oficio.
Esta vez Goliat liquidó a David con el primer golpe y luego se dio un festín con sus huesos.
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