Dieciocho años de no llegar a octavos. En verdad, la hinchada de Wilstermann tuvo que armarse de paciencia para, finalmente, liberar el grito contenido, inflar el pecho, llenar los pulmones de orgullo (pese a la derrota en el encuentro ante Peñarol, lo cierto es que el Rojo clasificó) y festejar el pase en la Copa Libertadores.
Quedó por el suelo aquel número y, en contrapartida, en alto la emoción de los simpatizantes del club cochabambino, que se citaron en la Plaza de las Banderas para dar rienda suelta al júbilo.
Y se hizo esperar la celebración. No debido a los tres minutos que adicionó el árbitro central del lance, sino por la dependencia que se originó con el compromiso entre el Palmeiras y el Atlético Tucumán.
La suerte del cuadro dirigido por Roberto Mosquera estaba en manos del equipo brasileño.
Propio el deseo y ajeno el devenir de la suerte. Así fue para el elenco azul y rojo, que celebró luego la contradictoria derrota que supo a gloria y a sabor de campaña exitosa que promete seguir su curso.
Los simpatizantes del Aviador no se movieron de la plaza. Solo la abandonaron para continuar con los saltos.
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