viernes, 22 de septiembre de 2017

El partido, con una revancha como inicio y “flagelo” como fin

En la vida hay que saber ganar y perder. Wilstermann disfrutó de las mieles de un triunfo con un resultado que lo invitó a soñar, pero terminó de la peor manera posible, con una debacle, un terremoto.

Además, el equipo Aviador, aparte de haber amarrado cinco victorias al hilo sobre planteles internacionales en su prolongada trayectoria y en esta versión de la Copa Libertadores, supo también convertirse en uno de los pocos clubes (hasta ayer) en plantarle cara a todos los rivales fuera de casa.

Si bien no consiguió punto alguno y sumó derrotas y empates, los resultados fueron estrechos.

Wilstermann no acumuló en contra más de dos goles en ninguna de sus presentaciones.

Todo ello invitaba a soñar, a creer que la realidad podía favorecer, por primera vez, al chico sobre el grande.

Era una invitación a soñar que la profética parábola de David y Goliat podía repetirse y que no se daba solamente en el mundo de quimeras, sino también en la realidad, una que marca una distancia respetable y considerable en el fútbol boliviano y cochabambino, que finalmente quedó de manifiesto en una noche para el olvido de los Rojos frente al cuadro Millonario.

Sin embargo, todo lo que esto motivó, toda la fe que devolvió, toda la gente que movilizó en Buenos Aires, en Bolivia y en todos los países donde existen bolivianos, es lo que quedará marcado para siempre en la historia de este Wilstermann que no solo murió, sino que quedó “acribillado”.

En el camino queda la ilusión de la gente, la alegría de sus hinchas y la historia que de todas maneras se escribió con letras doradas.

Tal como decían los comentaristas argentinos en el partido de ida de que la caída de River en el Félix Capriles era un “accidente”, cuando se referían al 3-0 (un equipo que invirtió 40 millones de dólares y que pintaba como favorito para ganar esta Copa Libertadores), ayer ocurrió lo mismo, pero en sentido inverso, con las proporciones abismales que existen entre uno y otro; y que quedaron plasmadas en la cancha sin ninguna discusión posible.

Wilstermann unió Bolivia. Sin embargo, el país, una vez más, volvió a pisar tierra de la peor manera posible. Se dio cuenta de que todavía queda mucho por hacer y por mejorar.

Y si bien la trillada frase que nos dice “ganamos experiencia” puede enarbolarse, esta vez, la experiencia amarga sirve para que Wilstermann y todos los equipos bolivianos entiendan que a veces el fútbol no solo se define en cancha, en los momentos previos y decisivos. Se define en el trabajo de todo un año para lograr un resultado al final de cada temporada.

Se define, también, en la cabeza de los técnicos, que pueden arriesgar o no.

Y Mosquera lo hizo. Cambió gran parte del equipo que le había funcionado en Cochabamba.

Y eso no es cuestionable por los resultados que fueron adversos, sino que es simplemente parte de una apuesta.

Esta vez, el entrenador puso sus fichas y perdió de principio a fin con Gallardo. De los errores se aprende. El técnico aprendió nuevamente mediante una lección que fue dura.

A Wilster, esa caída le costó todo lo que había logrado. De todos modos, los wilstermanistas son absolutos ganadores por lo conseguido.

10

lances jugó Wilstermann hasta ayer, en lo que respecta a la presente edición de la Copa Libertadores.

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